jueves, 3 de enero de 2019

Turquía, empieza la vuelta a casa


Santiago de Chile, 19 de julio de 2018

ISTAMBUL

Llegamos a Estambul por la noche, el 1 de febrero de 2012, era pleno invierno y la ciudad estaba completamente nevada. A la mañana siguiente, luciendo las nuevas prendas de invierno que habíamos adquirido el día anterior en un outlet de Dubai, nos dispusimos a recorrer la ciudad.

Hagia Sophia amanecía nevada el día que la fuimos a visitar
Visitar una ciudad como Estambul requiere de un trabajo previo de documentación. Hacerlo es más que recomendable si uno quiere saborear algo de su fascinante historia. Nosotros teníamos algo olvidado cuanto habíamos aprendido en la escuela así que quisimos refrescar algunas peculiaridades de la ciudad y de Turquía. Y, como sucede con muchas ciudades, según se va entrando en la lectura de su historia, uno queda prendado y se  va adentrando más y más… Así que, como dos estudiantes aplicados, y con la lección aprendida ( o, al menos una pequeña parte) iniciamos nuestra visita a la ciudad.


Blanca advierte que se ha vuelto a poner a nevar
La antigua Bizancio está situada en el estrecho del Bósforo, a caballo entre Europa y Asia. En un lugar excepcionalmente estratégico del Mediterráneo que durante siglos ha controlado la ruta hacia Asia además de la entrada al mar Negro. Actualmente es la mayor ciudad de Europa con más de 14 millones de habitantes. Fue fundada por los griegos, allá por el siglo VI a.C. y tomada más adelante por los persas, después vinieron los macedonios de Alejandro Magno, quienes también la conquistaron. Luego cayó en manos de los celtas hasta que sobre el año 100 a.C. vino a estar bajo la posesión del Imperio Romano y se convirtió en la capital de su mitad oriental tras su división en el 395 d.C. Gracias a su enclave privilegiado mantuvo su posición de potencia comercial, cultural y estratégica durante siglos mientras el Imperio Romano de Occidente entro en una crisis cada vez más profunda que lo llevó finalmente a su caída. Más tarde, la entonces llamada Constantinobla, vino a pertenecer a los turcos desde el año 1453 por lo que dejó de ser una ciudad cristiana para convertirse en islámica. Con los turcos fue la capital del Imperio Otomano hasta su descomposición en 1923, año en que se estableció finalmente la república de Turquía.


Con todo este elenco de pueblos a los que ha pertenecido, además de otros que fueron acogidos y, siendo todos culturas tan distintas como ricas, la ciudad tenía mucho por mostrar; iglesias, mezquitas, palacios, ruinas romanas, baños turcos, mercados de especias, bazares… La lista era interminable. Para empezar quisimos visitar la que es considerada la mayor obra de arte del Imperio Bizantino: Hagia Sophia. Con un mapa en la mano, nos dispusimos a atravesar la ciudad por sus calles heladas y, al cabo de unos cuantos resbalones, estábamos cruzando los jardines del palacio de Topkapi para llegar a la antigua basílica.

Cruzamos las inmediaciones del palacio de Topkapi

El edificio se había construido originalmente como iglesia y más tarde fue reconvertida a mezquita, por ello se le añadieron los cuatro minaretes. Actualmente funciona como museo y de esta manera se evita que cristianos y musulmanes se peleen por el monumento. Por fuera, el edificio parece pesado, pero al entrar al interior uno no da crédito. De repente se entra a un espacio completamente diáfano de dimensiones formidables. La planta es un rectángulo de unos 80x70 metros y, en lo alto, se sostiene una gran bóveda con forma de media esfera a 57 metros sobre el suelo.
Tras atravesar la entrada se llega al majestuoso espacio interior
 Quique no se lo podía creer. Y, –¿Cuándo dices que se construyó ésto?-Le preguntó varias veces a Blanca.
 –Pues parece ser que allá por el quinientos trenta y algo- respondía Blanca.
–No puede ser!!!- repetía Quique- O sea, que aquella gente ya era capaz de hacer estas cosas mientras el resto del mundo no construía más que alguna que otra ermita y toscos castillos?.
Y es que, se dice que el edificio cambió la historia de la arquitectura para siempre. La superficie de la catedral era tal, que no fue superada hasta pasados más de 1.000 años.
Interior de Hagia Sophia
El emperador de aquel tiempo, Justianiano I, mandó traer material procedente de todo el imperio; piedras de pórfido de Egipto, mármol verde de Tesalia, piedra negra del Bósforo,  piedra amarilla de Siria e incluso le vinieron bien algunas piezas de otros monumentos como las columnas del Templo de Artemisa en Éfeso (más tarde, durante nuestra visita a Éfeso, las íbamos a echar de menos…)
Como Estambul es una zona sísmica muy activa, el edificio fue dañado en muchas ocasiones y su cúpula tuvo que ser reconstruida dos veces. Además de haber sufrido saqueos, incendios y un sinfín de remodelaciones decorativas según la religión del momento.
Con los otomanos fue convertida en mezquita y con los años y los terremotos empezó a mostrar signos de fatiga por lo que fue reforzada por el exterior, en el siglo XVI, según los diseños de un  arquitecto otomano: Mimar Sinan, quien está considerado el primer ingeniero en incluir soluciones antisísmicas.



Como mezquita sirvió de inspiración para la construcción de otras grandes mezquitas por toda la ciudad, y es que cada gran sultán otomano tenía que construir la suya para conmemorar su reinado (…no hemos cambiado mucho).

Tras nuestra visita a Santa Sofía, visitamos el palacio de Topkapi deleitándonos con sus valiosísimos tesoros y luego nos encaminamos hacia la Mezquita Azul que estaba muy próxima. Esta mezquita, mucho más grácil desde el exterior que Santa Sofia, la mandó construir un tal Ahmed I allá por el siglo XVII. Al parecer, este sultán, quería superar a la grandiosa Hagia Sofia (que era la mezquita más importante aún en ese momento). Los otros sultanes habían usado el botín de las guerras para financiar sus mezquitas pero al tal Ahmed I no le había ido nada bien, lo habían derrotado en todas las grandes batallas. Así que, incapaz de generar nuevos ingresos, se apoderó de los fondos del tesoro (los ahorros de la ciudad) con el fin de construir la mezquita que lo tenía que inmortalizar, (…eso sí que se lo han copiado bien algunos políticos de nuestro tiempo!!!). Ahmed I les explicó a todos que se tenía que construir la mezquita para apaciguar a Alá ya que Éste estaba disgustado y que por eso les iba tan mal en las guerras…  En el lugar donde quería emplazar su mezquita estaba el Gran Palacio de Constantinobla y, como le estorbaba, lo compró y lo derrumbó. También le molestaba parte del hipódromo que también corrió la misma suerte. Agotó las existencias de mármol y ya no quedó de este material para otras obras. Levantó 6 minaretes, y lo criticaron por engreído ya que éste era el mismo número de minaretes que la mezquita de Kaaba en la Meca. Para solucionarlo regaló un séptimo minarete a la mezquita de Kaaba y listo!!!

Mezquita azul por fuera
A Quique, la Mezquita Azul le pareció más bonita por fuera que por dentro. Pero si el tal Ahmed I pretendía superar el interior de Hagia Sophia, el pobre, a nuestro criterio, no lo logró. Hay que reconocer que el muchacho puso todo su empeño y el resultado no está nada mal!!! ¡Pero no! No le podemos dar el primer premio…Y todavía menos si tenemos en cuenta que Hagia Sophia se construyó casi 1.100 años antes!!!

La mezquita Azul por dentro
Muy cerca estaba la Cisterna Basílica, ésta era una gran cámara subterránea que se construyó en tiempos de Justiniano I allá por el 532 d.C. con la idea de poder abastecer a la ciudad en caso de asedio. Si el enemigo destruía el acueducto que traía agua, entonces, disponían de una gran reserva de agua para aguantar… La cámara está poblada por un gran bosque de columnas separadas a unos pocos metros unas de otras.

El agua se almacenaba entre cientos de columnas
La cisterna abasteció de agua al gran Palacio de Constantinobla cuando éste era residencia y edificio administrativo en el imperio Bizantino y luego al palacio de Topkapi con el Imperio Otomano. Aunque como a los otomanos no les gustaba demasiado el agua almacenada y preferían el agua corriente se dejó de utilizar por el siglo XIV. Permaneció oculta durante siglos hasta que un investigador holandés la descubrió en el siglo XVI tras observar que las casas de la zona, abrían pozos y podían extraer agua y peces. Y así se descubrió el monumento que la ciudad había olvidado. Paso a ser usada como almacén de madera hasta que se restauró parcialmente a mediados del XIX.


Bueno pues con tanto monumento y con el frío que hacía, pues se había puesto a nevar de nuevo, nos habíamos ganado un buen almuerzo. Y, por fin! En Turquía ya se podía comer carne así que Quique se pudo premiar con un gran Döner de carne asada y muy bien de precio!!! Este plato ya lo conocéis, se ha extendido por toda Europa en una especie de variante de comida rápida y por todos es conocido (en las Ramblas de Barcelona hay, o durante un tiempo hubo, un montón de puestos) pero la verdad es que no se pueden ni comparar a los de Turquía. Los puedes pedir para llevar en un cucurucho de pan de pita o enrollado (dürüm)  o bien pedirlo en un buen restaurante sentado a la mesa. De hecho, döner significa girar, aludiendo a girar la carne asada. En adelante el döner (en turco), shawarma (en árabe) o el gyro (en griego),  fueron variantes del mismo plato y que probamos de muchas formas distintas y con todo tipo de acompañamiento. Pero lo mejores fueron los de Turquía!!! Con Quique feliz y de buen humor seguimos recorriendo.



Visitar monumentos, con el frío que hacía, nos fue abriendo el apetito





















Caminando por las calles de Istambul...
 

Torre Trajana y mezquita en un día de invierno, y Quique disfrutando de un almuerzo

Fuimos al gran Bazar, que es una enorme red de galerías repletas de pequeñas tiendas. Todo está cubierto así que se puede recorrer al cobijo de la lluvia y la nieve. El gran bazar hoy en día está modernizado; hay tiendas de especias, alfombras, orfebrería y joyería, antigüedades,  pero se ven interrumpidas por otras de ropa o de teléfonos móviles que le quitan un poco de encanto. Para hacerse una idea del gran bazar de Istambul hay que cerrar los ojos y saltar hacia atrás en el tiempo, cosa de unos cuantos siglos, para imaginar mercaderes de todos los confines del mundo vendiendo cualquier cosa conocida por la humanidad; telas procedentes de Cachemira, lujosas sedas de Manchuria, papiros de Egipto, pergaminos de Pérgamo, la mejor tinta procedente de China, tinte púrpura extraído de los caracoles de Tira, lo último en astrolabios, perlas del Golfo Pérsico.... Y todo organizado por calles agrupadas por gremios donde artesanos y maestros se encontraban trabajando en talleres.

Así era,  más o menos, como esperábamos encontrar el Gran Bazar de Istambul...
Hoy también están más o menos agrupadas por tipologías, tiendas de lámparas, espejos, ropa. En el bazar hay unas 4000 tiendas, suficiente para entretenerse durante un buen rato.

...Y así fue como lo encontramos...


 Fuimos al gran Bazar, quizás también con la idea de descubrirnos a nosotros mismos, como intrépidos exploradores de lugares exóticos, pudiendo entablar una conversación en español medieval con algún descendiente de la comunidad sefardí. Y es que, tal y como fuimos averiguando durante nuestro trabajo de documentación, Turquía o mejor dicho, el otrora imperio otomano acogió con especial hospitalidad a todos los miembros de la comunidad judía expulsados de España en 1492 por los Reyes Católicos. El entonces sultán del imperio otomano, una tal Bayaceto II dio instrucciones para que todos los judíos que vinieran de España fueran bien acogidos pues estaba maravillado con la llegada a sus tierras de una comunidad poseedora de tan amplios conocimientos. Y es que, en aquel tiempo, los judíos eran quienes tenían en su haber lo último en medicina, los más avanzados conocimientos científicos, la habilidad en el comercio y la mayor destreza en las finanzas. Los sefardíes conservaron todas sus tradiciones, y prosperaron gracias a su talento y saber hasta recuperar su posición social que era, en muchos casos, muy elevada. Pudieron conservar sus tradiciones y, entre ellas, el idioma con el que llegaron; el judeo-español o ladino. Un español tal y como se hablaba durante el siglo XV en la península ibérica…
Es posible que aquí tuvieran lo que andábamos buscando
Pues eso, nosotros buscamos por las laberínticas callejuelas y pasadizos del Gran Bazar a alguien que cubriera su cabeza con un sombrero tipo Kipá desde donde asomaran las dos trenzas características con la idea de poder escucharle hablar el idioma tal y como acaso lo habló el mismísimo Jorge Manrique.… Pero no, no hubo suerte, no encontramos a nadie, agudizamos también el oído en alguna tetería pero tampoco. De todos los idiomas en que oímos hablar, nada nos recordaba a como pudiera sonar un antiguo romancero español… Pues eso, finalmente hubo que irse quitando ese romanticismo de exploradores pues no encontramos a nadie hablando en ese idioma… Tampoco vimos a nadie realizando cuentas con un ábaco ni nadie nos iba a vender el mejor mapa para recorrer la ruta de la seda trazado por intrépidos mercaderes… Estambul, como cualquier otra ciudad moderna y conectada ya había evolucionado, menuda desilusión, y nosotros que la queríamos moderna pero con las modernidades de hace 400 años...
Eso sí, las tiendas de lámparas nos parecían maravillosas... El problema era que con una lámpara no era suficiente para crear ese efecto galáctico... Y, claro, nos las hubiésemos tenido que llevar todas...
Artesano trabajando en el Bazar
Supimos más tarde que, en efecto, había una comunidad sefardí en Istambul, a la que pertenecían unos 20.000 miembros, pero el antiguo ladino se había ido perdiendo, ya no era la lengua de comunicación habitual de la comunidad judía pues, durante el siglo XX, fue poco a poco siendo sustituida por el turco. Tan sólo lo hablaban algunos ancianos y algún que otro estudioso… Aunque pudiéramos contactar con algún ladino-hablante si nos tomábamos un poco de tiempo, nuestro viaje tenía que continuar. Eso sí, advertimos en el gran bazar la llegada de un nuevo y revolucionario artilugio de intercomunicación al que llamaban inteligente, con una gran pantalla táctil y varias cámaras fotográficas de gran resolución. Además, decían que aquel cacharro te daba la posibilidad de conectarte a internet, gestionar correo electrónico y documentos… lo llamaban Smartphone… Bah, pensamos, ¿Quién va a querer hacer tantas cosas con un teléfono? Pues bien, en adelante y a lo largo del viaje de vuelta iríamos viendo como muchas personas caminaban con su caras clavadas en las pantallas de sus smartphones y como parejas de adolescentes neófitos se sentaban cara a cara para una cita romántica mientras cada uno, a su vez, reportaba sus avances a través de su smartphone… Poco imaginábamos aquel día en el Gran Bazar que aquel nuevo ingenio iba a modificar rápidamente tanto las costumbres de oriente como de occidente…


Es muy fácil perderse en el Bazar... Y sí, ese instrumento antiguo era lo que Quique estába buscando!!!


Y tras perdernos un poco más, Blanca también encontró algo para ella en aquel mall del mundo antiguo.

Durante los días que estuvimos en Estambul, nos dio tiempo de visitar la avenida İstiklal, una de las calles más concurridas. En esa calle se situaban los comerciantes genoveses y venecianos en la época bizantina. Hoy es una calle peatonal larguísima por donde circula un tranvía de época. Allí hay tiendas de lo más variado; libros viejos, música, cafeterías, etc. Y seguirán existiendo estas tiendas hasta que paulatinamente se vayan traspasando a las grandes firmas de ropa que ya conocemos y que están en las principales avenidas comerciales de todo  el mundo…
Tranvía en la calle İstiklal
Peatones y Tranvía

Una calle de Istambul

Una tarde subimos a lo alto de la torre de Galata, desde lo alto se tienen unas fantásticas vistas de la ciudad y del cuerno de oro por donde circulaban gran cantidad de cargueros.
La torre de Galata sobresaliendo al fondo
Nosotros, con la ciudad al fondo...
Día soleado de invierno en Istambul



Las Mezquitas emergían por toda la ciudad
 Nuestro último día en Istambul amaneció soleado así que nos embarcamos en un pequeño transbordador para navegar junto a los cargueros del Estrecho del Bósforo y pasar bajo los puentes que conectan los dos continentes. Y desde la cubierta y saboreando la brisa marina, pudimos sentir acaso lo mismo que el pirata de la canción de Espronceda, “Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Istambul”…
Un barco zarpa al amanecer
Hacía muy buen día para hacerse a la mar en el Bósforo...



Seguimos las rutas de las aves migratorias...
Vimos preciosos barcos


...Continuamos siguiendo a las migratorias...

Tras los grandes mercantes venidos de oriente



Ahora sí, "a un lado Asia, a otro Europa,  y allá al frente Istambul"... 
Torre de la Doncella

Ya de vuelta pasamos junto a la Torre de la Doncella  un pequeño islote que bien fue testigo de un montón de  historias y batallas… Tan legendaria, que creo que hasta el mismísimo James Bond resolvió también, a su peculiar modo británico, sus diferencias con algún malvado villano…






Puesto de especias en el mercado Egipcio
De vuelta de nuestra excursión marinera, continuamos paseando por el mercado egipcio y deleitándonos con sus millones de colores en los mostradores de especias antes de perdernos a propósito por sus callejuelas y, unos cuantos Keebabs más tarde, recogimos nuestras cosas para irnos a tomar nuestro próximo tren.






Paseando por el barrio Egipcio
Estación del Orient Express
Por la noche subimos al tren (nos hubiera gustado que hubiese sido el lujoso Orient Express pero hacía dos años que había dejado de funcionar) así que tomamos otro tren hacia el interior de Anatolia, hacia la Capadoccia.


El famoso Orient Exprés dejó de funcionar en 2010
Atrás dejamos los famosos baños turcos (nos faltó tiempo), y las famosas danzas de los dervinches giróvagos, que tampoco pudimos ver. Nuestro tiempo se terminaba y había que moverse. Ya tendríamos tiempo de ver a esos bailarines en su peculiar trance místico levógiro cuando nos hiciéramos con alguno de aquellos smartphones aprovechando alguna oferta en algún mercadillo persa…


LA CAPADOCCIA

Paisaje Capadóccico


Hacia la Capadoccia en invierno...



Una ciudad en la Capadoccia
La Capadoccia es famosa por un paisaje característico formado sobre todo por una especie de toba calcárea además de cenizas volcánicas y areniscas. Este tipo de rocas ha sido esculpido por el agua y el viento durante años dando origen sus las formas que las han hecho famosas. También, se trata de rocas especialmente blandas, por ello, sus antiguos pobladores, desde hace miles de años, pudieron excavar estancias y habitarlas. Tanto es así que muchos de sus pobladores siguen ocupando habitáculos en la roca. Incluso hoy, uno puede ver como muchos turcos siguen instalados en las cavidades rocosas e instalan antenas de televisión y cableado eléctrico.

Poblado cavernícola

Blanca explorando una antigua ciudad

Carretera entre pináculos

Pues eso, como un Queso de Gruyere
Muchos hoteles incluso vendían la posibilidad de alojarse en una habitación totalmente excavada en la roca acomodada con todo tipo de lujos… Cuando nosotros llegamos era principios del mes de febrero, o sea,  temporada baja. Eso, por un lado era una gran ventaja ya que teníamos a nuestra disposición toda la oferta hotelera y a mejor precio. Pero era invierno y hacía mucho frío y lo de habitar en una cueva nos pareció que podía ser una experiencia muy helada, así que preferimos una habitación convencional. Cuando llegamos estaba todo nevado, y ello confería al paisaje un atractivo especial con el que deleitarse recorriendo la región que había quedado bajo una un blanco manto de nieve, y sin los inconvenientes derivados de las muchedumbres propias de la temporada estival!

Blanca en la Cappadoccia
Nos pudimos mover en autobuses locales para visitar la región sin apenas turistas. Un día nos fuimos a visitar las ciudades subterráneas de Derinkuyu y Kaymakli. Dos ciudades completamente excavadas en la blanda roca de ceniza. Se dice que estas ciudades podían refugiar a miles de personas (en Derinkuyu se estima que hasta unas 20.000) ante una invasión. En estas ciudades podían vivir durante meses si estaban bien aprovisionados. En las ciudades se pueden recorrer multitud de cavidades, salas, establos, despensas, dormitorios.
 La ciudad de Derinkuyu tiene más de nueve niveles subterráneos de los que es posible visitar cuatro, los demás están restringidos a los turistas y en ellas se desarrollan investigaciones arqueológicas… Pero con los cuatro niveles a recorrer uno ya siente suficiente claustrofobia.




Explorando ciudades subterráneas


Ésta montaña era una ciudad entera
Axonometría seccionada de una ciudad

Blanca
Quique en la piscina del hotel, y no exageramos, el agua estaba helada!!!



Día de mercado en Göreme... ¿No tendrán uno de esos smartphones?...
En verano es un pueblo turístico repleto de gente y puestos de artesanía. En invierno da gusto pasear tranquilamente


Recorriendo pequeñas villas 

Una calle típica
Había caminos que invitaban a pasear sin más

En algún tiempo todas esos agujeros estuvieron habitados...

Perdiéndonos un poco por la región pudimos pasear tranquilamente por bonitos parajes.
Visitando antiguas iglesias del siglo X

Algunas iglesias conservaban sus pinturas originales

Desde lo alto de alguna de esas montañas se puede contemplar el particular paisaje, con sus formas extrañas, las famosas chimeneas de las hadas u otras formaciones características.

Pueblo entre pináculos
Otra bonita villa
Como había nevado y no había mucha gente pudimos alquilar una motocicleta a un precio muy económico (o al menos eso nos hizo creer quien nos la alquiló mientras guardaba sonriente el voluminoso fajo de liras turcas que le habíamos entregado). Quique no había conducido una moto en su vida, pero tras un poco de entrenamiento demostró una gran pericia pilotando sobre la nieve, así que pudimos explorar muchos lugares, algunos incluso bastante alejados de la ruta turística convencional.

Aquí dos simpáticos moteros...

Avanzada la tarde, cuando nos hubimos cansado de hacer los cavernícolas por todos los agujeros que encontramos y helados por el frío glaciar que persigue a todo motorista, nos metimos en una especie de tetería que era como una especie de bar de jubilados  dónde, una vez más, fuímos los protagonistas del local al ser los únicos foráneos. Nos invitaron a sentarnos para tomar un té con ellos y nos enseñaron a jugar al backgammon… Curiosamente, el ambiente que se respiraba en aquella tasca, era exactamente el mismo que en cualquier bar de la plaza mayor en cualquier pueblo de España, con sus ancianos ya caminando de vuelta de lo vivido (o lo sufrido) y su sabiduría de la vida… Reconfortados tras un buen té caliente y después de haber alterado la monotonía del bar y, suponemos, que siendo la novedad más importante en meses, nos despedimos amablemente y regresamos a la carretera.


En este típico bar de "jubilados" capadoccicos nos enseñaron a jugar al backgammon...

Y de nuevo regresamos a la carretera... El viaje continuaba...

Terminamos el día transcurriendo por las desiertas carreteras de la región...
LA COSTA

Al día siguiente nos embarcamos en un autobús hacia la costa sur, a Antalya una ciudad costera totalmente mediterránea y con un clima bastante más templado.
Cuando visitamos la pequeña ciudad no pudimos dejar de pensar en el gran parecido que tenía con cualquier otra ciudad europea de primer nivel. Sus calles estaban limpias y disponían de aceras anchas, se podían recorrer sus paseos peatonales con tranquilidad, sucumbiendo a curiosear  cuanto tenían de atractivo las bonitas tiendas dispuestas a ambos lados.

Antalya
Callejeando por Antalya

El tráfico estaba organizado y un moderno tranvía cruzaba la ciudad. Las ruinas que conformaban la antigua ciudad romana estaban restauradas y había un bonito paseo marítimo siguiendo la línea de costa con varios miradores donde detenerse frente al mar. A decir verdad, no teníamos la sensación de estar en Turquía sino en algún lugar de la moderna, bonita y organizada Europa. Pensábamos que aquel podía ser el resultado de la influencia alemana debido a los miles de turcos que décadas antes habían emigrado al país teutón y que, quizás al volver algunos de ellos, inspiraron el desarrollo de la ciudad. No se notaba, o al menos no daba la sensación de que Turquía fuera un país islámico o especialmente religioso. La religión no era algo que fuera especialmente notorio o, mejor dicho, excluyente. Si bien gran parte de los habitantes en Turquía andaba siempre con una especie de rosario llamado “masbaha” entre manos, no parecía ( o al menos no lo parecía al visitante) que la religión pudiera estar muy presente marcando otros asuntos que no fueran los propios del culto. Sea como fuera, Antalya transmitía una sensación de modernidad, y qué si sólo nos hubiéramos basado en cuestiones estéticas, no les faltaba de nada para pertenecer (tal y como solicitaban los turcos en aquellos años) a la Unión Europea. Ha pasado algún tiempo desde que visitamos Turquía, y desde entonces, el país ha sufrido una serie de cambios turbulentos. El mundo gira y todo es más frágil de lo que a menudo suponemos, pues cuanto pueda estar germinando bajo tierra es especialmente difícil de detectar con nuestra mirada superficial que, la mayoría de las veces, sólo recorre la estética. En nuestro propio país  iban a asomar los brotes de algo que, tal vez como los baobabs en el planeta del Principito, iba a hacer tambalear la tranquilidad y calma aparente que parecía haber existido durante muchos años. Años, durante los que las semillas se fueron diseminando disimuladamente por la tierra donde nacimos… La estética mostraría, años más tarde, una selvática arboleda de baobabs que se extendía sin control por nuestra tierra sin que pareciera permitir que pudiera crecer ninguna otra planta… Y hoy, a ver que se hace con los baobabs una vez han desbordado la huerta y crecen sin control! ¡Cuándo amenazan incluso a quienes los plantaron! A ver quién es el listo que puede convertir baobabs en rosales y devolver la tranquilidad a la granja donde nos criamos!...

Pero volviendo a aquellos días en Antalya, la estética parecía mostrar una ciudad totalmente avanzada y abierta, digna de una sociedad a la que se le podía otorgar, sin la más mínima duda, la membresía de ese club de polo al que llamamos Europa… En efecto, la estética engaña y no siempre se tiene pericia en apreciar con cuanta facilidad está todo a punto de derrumbarse.

Desde Antalya pudimos visitar varios teatros y ruinas romanas y seguimos por la costa.

Ruinas romanas cerca de Antalya

Blanca en el teatro romano
Nos detuvimos en un pintoresco pueblo de pescadores  llamado Kas, y  teníamos la idea de visitar la isla de Kastelorizo, que es donde se rodó la película Mediterráneo… pero es que en aquel islote no sólo se habían rodado películas. Según averiguamos, resulta que uno de los piratas más famosos de la Corona de Aragón, un tal Bernat de Vilamarí bautizó ese islote como Castellroig y lo utilizó como base de operaciones para todas sus incursiones al Sulfanato de los Mamelucos (actual, Egipto, Siria, Palestina…). Como al corsario le fue bien, el rey Alfonso V le nombró almirante que es lo que se hacía en aquel tiempo con los piratas y saqueadores que tenían gran pericia  pues, de no haber tenido tanto éxito en sus saqueos, no habría pasado de pirata.  Así que, resultaba que aquella isla al sur de Turquía había sido la posesión más oriental que tuvo en algún momento la Corona de Aragón (ups, perdón, la “Confederació Catalano-Aragonesa”). Bueno pues finalmente no pudimos ir ya que en temporada baja no encontramos quien nos llevara a la isla y seguimos nuestro recorrido por la costa.

Pueblo pesquero de Kas

Pescador desenredando sus redes
Atardecer frente a Castellorizo... Lugar donde se rodó Mediterráneo y, en su día, posesión más oriental de la Corona de Aragón

Llegamos a otra localidad costera llamada Demre (Myra) y allí pudimos ver a Papa Noel. Sí, sí, Papa Noel o San Nicolás. Resulta que el auténtico San Nicolás fue un obispo cristiano de Demre famoso por ser especialmente caritativo con los pobres a quienes les hacía regalos allá por el siglo IV.

San Nicolás, el auténtico

Cuenta la leyenda que un hombre rico se arruinó. Desquiciado por sus deudas obligó a sus tres hijas a prostituirse y San Nicolas, para resolver tan penosa situación, echó unas monedas de oro por la ventana que fueron a caer dentro de unas calzas que tenían las mujeres junto a la chimenea.  Gracias a eso, salvó a las tres mujeres de su no deseado oficio….  Sus andanzas generaron un mito que se fue adaptando en otros lugares más al norte; cambiaron su tierra de naranjales y palmeras así como su costa de aguas color turquesa por las coníferas de Laponia, los renos y la nieve. Mucho más fácil de encajar en un contexto invernal… Al Santo, su fama definitiva y de la que todavía disfruta, fue producto de una operación de marketing de la Coca-Cola en 1931, que engordó al obispo y lo vistió con su indumentaria actual de color rojo. Todo un éxito! Esos cambios consagrarían al santo como superestrella hasta nuestros días.
(PD: Por cierto, queremos hacer un llamado a la subdivisión sudamericana de Coca-Cola para instarles a la realización de una campaña que tenga por objetivo vestir de manera apropiada a  Santa Claus en esos países, pues consideramos inhumano abrigar tanto al viejo y a sus delegados en pleno verano.)
Desde Demre fuimos a ver la Necrópolis del río. Un complejo de tumbas rupestres excavadas en la roca allá por el siglo IV a. C.

Necrópolis de río

Nos hubiera gustado visitar también el hermoso Templo de Artemisa de Myra pero nada queda de él. Al ser éste un templo pagano, el obispo Nicolas lo mando destruir y usó sus piedras para construir iglesias… Ese maldito Santa-Claus y sus tácticas de monopolio!!!

Por la costa seguimos hacia Mármaris, nuestra intención era tomar un ferri hacia la isla de Rodas y desde allí ir saltando  de isla en isla por el Egeo hasta Grecia. Pero el mal tiempo no lo permitió. Había un temporal en la costa y se habían cancelado todas las salidas hasta nuevo aviso.

El tiempo no pintaba bien... Así que cambio de planes.

Como parecía que el temporal iba para largo compramos un billete de avión desde Esmirna hacia Atenas. Ya visitaríamos las islas una vez llegáramos a Grecia. Así que volvimos tierra adentro y nos fuimos a visitar Aphrodisias.

Durante el viaje tierra adentro. El paisaje nos parecía muy familiar...
-¡ Y menuda sorpresa! ¡Una ciudad romana enterita para nosotros solos!
Eso fue lo que descubrimos al llegar. Y es que nosotros esperábamos que los restos romanos de Aphrodisias fueran unas ruinas dentro de una ciudad del siglo XXI. (Como en Tarragona, Mérida o, incluso, la misma Roma). Pero el caso de Aphrodisias es muy distinto. Allí hay  una ciudad tal y como la dejaron los romanos. Nadie había seguido viviendo allí desde que hubo un gran terremoto en el siglo VII y la ciudad entró en decadencia. Finalmente quedó prácticamente deshabitada y abandonada hasta nuestros días. Ahora se puede apreciar lo que queda de sus edificios en un entorno y paisaje parecido al que pudo haber existido hace siglos. Así que, prácticamente solos, recorrimos la ciudad entera imaginándonos como debió ser el ambiente durante su época de esplendor cuando era un centro artístico de gran importancia dentro del Imperio Romano y donde los hábiles artistas del lugar esculpían enormes piedras extraídas de la cantera de mármol ubicada muy cerca de la ciudad.

Llegando a Aphrodisias

Cientos de caras de ilustres ciudadanos romanos adornaban una fachada en Aphrodisias

Casi se podía escuchar el sonido de los martillos y cinceles al pasar junto a su famosa escuela de escultura, el bullicio del público en el gigantesco estadio y el ajetreo de personas atravesando el ágora en un día de mercado.

Blanca explora la antigua ciudad romana...
Ruinas y más ruinas romanas...



Terremotos, saqueos, etc. Sorprendía ver que aquellas piedras todavía se sostenían tras más de 2.000 años...


Es fácil imaginar cómo debía ser la ciudad...
El gran hipódromo de Aphrodisias...

El teatro
Quique también tuvo ocasión para un safari fotofráfico entre las ruinas: Sobre estas líneas un felino con su presa.

Pero,  sin siquiera habernos detenido a pensar, nos íbamos dando cuenta de que todo aquello nos resultaba enormemente familiar. No eran ya dioses extraños, ni budas ni templos de pináculos, y es que, a nuestro pesar,  estábamos volviendo a Europa muy rápidamente…


Desde abajo el Castillo de Algodón con sus formaciones de creta
Otro punto de interés en nuestro recorrido hacia a Esmirna fue Pamukkale o “castillo de algodón” en turco. Se trata de una zona donde abundan los manantiales de aguas termales ricas en minerales que al precipitar han ido creando una vertiente de terrazas de roca calcárea blanca llamada creta. En estas terrazas se han formado una especie de piscinas naturales de poca profundidad y gran belleza. En la antigüedad los griegos se sintieron atraídos por estas aguas de propiedades curativas cuyos poderes atribuyeron a los dioses, así que en lo alto de la colina fundaron la ciudad de Hierápolis a donde vendrían los nobles a realizar sus curas. Se dice que la joven princesa Cleopatra (hija de Cleopatra y Marco Antonio) venía a pasar sus vacaciones y darse algún que otro chapuzón en la piscina que lleva su nombre.

En esta piscina Cleopatra hija tomaba sus baños reales 
Detalle de las terrazas formadas en Pamukkale
Desde arriba. En cada terraza se formaba una hermosa piscina.

 Y para terminar nuestra visita por Turquía nos quedaba una última visita: La ciudad de Éfeso. Ésta se encuentra en muy buen estado de conservación y, al igual que Aphrodisias, no se encuentra dentro de ninguna población habitada aunque cerca. Pero si Aphrodisias fue un municipio importante, Éfeso había sido toda una megalópolis de la Antigüedad. Una vez convertida en ciudad Romana prosperó y se convirtió en la capital del Mediterráneo para el comercio con Asia Menor. Tenía un importante puerto y desde la ciudad salían muchos caminos para adentrarse en Anatolia. Paseando entre sus ruinas se podían recorrer teatros, bibliotecas, templos y multitud de avenidas. En Éfeso también se estuvo el colosal templo de Artemisa, una de las 7 maravillas del mundo antiguo, comparable incluso a las pirámides de Egipto, pero fue saqueado y destruido por los godos en el 262 d. C por lo que ahora sólo es posible contemplar lo que queda de una de sus 127 columnas de mármol. (Suponemos que algún pirata godo sería ascendido a Almirante poco después…)
A partir del saqueo, la ciudad afrontó muchos problemas para recuperarse; el puerto se llenó de sedimentos que impedían la entrada de los barcos, sufrió dos terremotos importantes  durante el siglo IV y finalmente las posteriores invasiones árabes en la región propiciaron que el lugar fuera finalmente abandonado.

La calle Curetes fue la avenida principal de la Éfeso romana. Al fondo la biblioteca municipal...

El gran boulevard de Éfeso.



Paseando por la calle Cueretes, a la izquierda el Templo de Adriano


Fachada de la imponente biblioteca de Éfeso
Éfeso nos dejó un fantástico sabor de boca. De repente habíamos estado en una de las grandes capitales de la cultura occidental. Atrás dejábamos el exotismo de oriente con sus budas, sus pagodas y sus estupas doradas. Advertimos tras nuestra visita a Éfeso que estábamos volviendo a casa. Pero era maravilloso descubrir que lo que llamábamos casa nos tenía todavía muchas sorpresas reservadas. Ahora ya estábamos a orillas del mar en cuyas aguas nos bañábamos de niños.  Regresábamos a lo que durante mucho tiempo considerábamos nuestro hogar y que, de alguna manera sabíamos que ya no lo íbamos a volver a ver con los mismos ojos. Nuestro viaje estaba llegando a su fin (o eso creíamos) y ello nos dejaba una cierto sabor de tristeza que a su vez nos incitaba a disfrutar cada uno de los últimos días que justo empezaban.

Desde Éfeso nos dirigimos a la cercana ciudad de Esmirna, allí tomamos un avión para sobrevolar el mar Egeo rumbo a Atenas.