domingo, 23 de septiembre de 2018


Santiago de Chile 25 de julio de 2018
Sri Lanka, una intrépida expedición turística.


Este Tuc-Tuc nos llevó directamente del aeropuerto a la playa.

Aterrizamos en Colombo por la mañana del 18 de enero de 2012 y nos trasladamos rápidamente a nuestro hotel para librarnos del incómodo equipaje. Quisimos desayunar, así que nos trasladamos a otro hotel con algo más de caché a tomar un buen desayuno con vistas al océano mientras planificábamos nuestra estancia en Sri Lanka. Y es que, a decir verdad, nuestra decisión de visitar la isla fue un poco accidental. Nuestra primera opción era ir a la India, pero tuvimos dificultades para conseguir el visado porque aquel año no se emitían visados turísticos para la India desde otro país que no fuera el de origen. De modo que nos decidimos a pasar unos días en la isla a la que muchos se refieren, por su forma,  como “La lágrima de la India”.


Barco de pescadores a punto de zarpar

Barcos de pescadores faeneando
Tras un buen rato, mientras desde una terraza en la playa veíamos  en el horizonte como  los balandros de pescadores iban y venían  , resolvimos los principales itinerarios que íbamos a seguir por Sri Lanka. Primero, empezaríamos por recorrer la costa sur visitando las playas más recomendadas. Luego iríamos a visitar alguno de sus famosos parques naturales donde habitan elefantes, leopardos y búfalos de agua. Y para terminar, nos dirigiríamos hacia el interior, hasta una región muy montañosa y famosa por sus plantaciones de té en el centro de la isla. Así que, tras bosquejar un recorrido aproximado y tras realizar algunas anotaciones en un mapa, al día siguiente nos encaminamos a la estación de autobuses de Colombo para tomar un autobús hacía la costa sur.
Para llegar a la estación, cruzamos Colombo en un autobús local y al hacerlo tuvimos una primera impresión del tipo de país al que habíamos llegado. De entrada, todo nos recordaba a la India; el tipo de ropa, la fisionomía racial, el caos y la desorganización en una gran capital. Todo, al fin, era un poco como en la India, pero… pero no exactamente lo mismo.
Y es que Sri Lanka, debido a su proximidad con el país del norte, tiene muchos rasgos culturales y religiosos similares a la India, pero todo, sin ser tan extremo. Es decir; hay mucha población, pero no tanta. Hay pobreza pero sin ser tan padecida como en la India. Su población es muy religiosa y hay un sinfín de templos, pero la mayoría son budistas ya que el hinduismo no es siquiera la religión mayoritaria. (En Sri Lanka el budismo es la religión del 70 % de la población mientras que el hinduismo está representado por un 17 %)… Al igual que la India, Ceilán formó parte del Imperio Británico y el inglés es “bien” conocido por la mayoría de habitantes, pero su idioma principal es el Cingalés y no el Hindú. O sea que, con sus muchos parecidos, no termina de ser lo mismo.

De hecho, Sri Lanka fue una península conectada a la India cuyo istmo quedó sumergido tras un ciclón que lo azotó allá por el año 1.480 y poco tiempo después sería dominada por los portugueses quienes establecieron en la costa colonias de gran importancia para las rutas comerciales de especias.
Playa de Mirissa
Bueno pues, tras atravesar Colombo, nos fuimos unos 120 km al sur, a visitar las poblaciones costeras de Unawatuna y Mirissa. Ambos son pequeños pueblecitos costeros muy “cucos” que  viven esperando al turista occidental. Y es que, ambas localidades, son capitales del turismo de playa que tienen de todo; hostels para el típico mochilero surfero, chiringuitos de playa donde disfrutar de una cena romántica a la luz de una vela, encantadores de serpientes exhibiendo a sus reptiles embobados, miles de ofertas para ir a avistar a la pobre ballena azul, pescadores oportunistas dispuestos a colocarse en lo alto de un poste de hierro clavado en el mar para dejarse fotografiar a cambio de algunas monedas (para mí, que muchos de esos no habían pescado en su vida) y, por supuesto, unas playas muy bonitas en forma de herradura. Y aún así no dejaban de tener un aire aldeano muy calmado. Las vacas se paseaban por la playa por las tardes y los pescadores traían sus capturas a la playa donde serían exhibidas en los restaurantes a la invitación de: - Pase usted y escoja…


Encantador de serpientes (o de personas)
Pescador tratando de hacerse con las últimas capturas del día

 

Llegando a la playa de Unawatuna, ya avanzada la tarde
 
Sin embargo, teníamos la sensación de que nos estábamos dejando algo; después de todo, quedarnos un día entero en una playa turística no tenía mucha emoción. Ello nos tenía un poco aburridos. Y como nuestro presupuesto no nos daba para muchos combinados tropicales decidimos ir a explorar. En realidad sucedía, que durante nuestros traslados en autobús habíamos visto playas preciosas totalmente desiertas, pero nadie las visitaba pues todos los viajeros íbamos a las poblaciones más concurridas. Así que un día tomamos un tuc-tuc para que nos llevara a lo largo de la carretera costera hasta una de esas playas donde no hubiese gente… Y vaya, ¡Qué maravilla! De repente volvimos a convertimos en intrépidos exploradores! . Encontramos un lugar que tenía las mismas aguas transparentes y la misma arena fina, pero en lugar de tanto chiringuito chancletero había cocoteros bajo los que pudimos pasear tranquilamente.  Todo ello lo hicimos con el fin de extender las toallas en un lugar donde no hubiera otros turistas cerca cuyo aspecto nos hiciera recordar lo ridículos que somos los visitantes de occidente y lo que mucho que estropeamos el paisaje local con nuestra sola presencia.


Recorriendo la carretera de la costa
Los turistas somos gente un poco acomplejada, y especialmente al viajar por lugares donde la mayor parte de la gente local es más humilde. Llegamos a sus pueblos y los terminamos transformando en algo a nuestra medida, muchas veces estropeando su economía local, para finalmente dejar una impronta importante que puede llegar a cambiar su modo de vida. El hecho de huir de un lugar turístico minimiza un poco ese sentimiento de culpa. Tras ese breve paréntesis en nuestra condición natural, volvimos al centro turístico para cenar y dormir tal y como nos gusta hacerlo a los turistas.


Una de las playas que visitamos por nuestra cuenta, podría ser cualquier playa del sur de la isla...
Nuestra siguiente visita era el parque de Yala. Un santuario natural dónde todavía es posible encontrar a muchas de las especies que, no hace demasiados años, debían corretear tranquilamente por toda la isla. Allí hicimos un safari buscando elefantes, leopardos y cocodrilos además de otros animales extraños cuyos nombres no conocíamos… Quique, con su cámara, volvió a disfrutar de la caza de animales, y es que la fotografía de animales tiene mucho de cinegética aunque, afortunadamente, sin sacrificar a los pobres bichos, si bien es cierto que basta con estar en el parque para que sea inevitable molestarlos un poco… (Pero muy poco de verdad!!!) .


Cocodrilo al acecho en las marismas del Parque Natural de Yala
Pigargo posicionándose para otear a algún despistado al que convertir en merienda 

Elefante asiático
Martín pescador
Ahora los pocos animales salvajes que van quedando viven recluidos en sus parques o reservas, que existen únicamente cómo recuerdo de lo que fue la fauna y flora local. El mundo está cambiando muy rápido, y lo mismo que pasaba en la amazonia, en la selva malaya y en muchos otros sitios del mundo, ocurría también en Sri Lanka. El paisaje que pudo haber existido durante miles de años se había ido acotando a un limitado espacio dentro de parques naturales. Y éstos se mantienen porque, si bien pueden tener poco o ningún interés lucrativo (o menos que dedicados a otra actividad que no sea el turismo), todavía nos interesa su existencia y queremos dejar algún testimonio vivo de aquello que hace un tiempo respiraba en abundancia.


Una de las muchas especies de aves del parque
 Quizás en la escasez radica su valor, pero su conservación nos permite soñar con la esperanza de que algún día, cuando nuestra forma de vida lo permita (o cuando lo queramos porque no haya más opción), se puedan volver a expandir todos los reductos de vida salvaje y recuperar el planeta… 


Mangosta a la caza de serpientes
Joven ciervo asiático
Búfalos refrescándose en el agua

Pigargo con su merienda...

Varano


Ese macaco nos estuvo vigilando desde los árboles


Llega un momento en el sólo apetece tumbarse bajo los cocoteros
Tras recorrer el parque que sirvió para rodar muchos de los exteriores de Indiana Jones y el Templo Maldito (elefantes incluidos) decidimos darnos un descanso antes de nuestra siguiente etapa. Llegamos a Tangalle y buscamos alojamiento, pero, tras visitar varias opciones, ninguna nos convenció. Así que, puestos a ser turistas, decidimos que lo mejor era hacerlo sin complejos por lo que nos quisimos regalar lo que entre nosotros llamábamos un “indulgement”. Os explicamos; tras varios días de vivir en hostels con un ambiente muy viajero y multicultural pero que, muchas veces, no eran todo lo cómodos y limpios que a uno le gustaría, quisimos estar en un sitio más tranquilo y aseado, así que nos desplazamos a las afueras de Tangalle, al “Palm Paradise Cabanas and Villas” un sitio de turistas para descansar como turistas de verdad. Sin nada que hacer; ni ir a ver ballenas, ni sufrir stress por encontrar la playa perfecta, ni pescadores (o modelos) que pidieran monedas a cambio de una foto, ni  tampoco para estar a tiro de que nos engatusaran los encantadores de serpientes o los encantadores de personas… Sencillamente queríamos no hacer nada.
Blanca junto al océano
El plan era el siguiente: íbamos a reunir un poco más dinero del presupuestado,  para gastárnoslo durante 3 días en un sitio que, sin ser tampoco un resort de super lujo, nos permitiera adormilarnos un poco bajo la sobra oscilante de unos cocoteros mecidos por el viento, con la única compañía del sonido de las olas del mar, al sabor de una copa de espumante bien frío (bueno, eso queríamos, pero el espumante estaba a un precio desorbitante así que lo sustituimos por refresco genérico y tan contentos)…


Nuestra playa en el “Palm Paradise Cabanas and Villas” 

Quique junto al océano
 Allí estuvimos tranquilos durante unos días, sin más que reportar que, primero: La intrusión de una iguana gigante en nuestra cabaña a la que logramos expulsar bajo amenaza de toallazo al grito de –Shu, shu, shu!!!... Y segundo: Un baño desafortunado en el mar; nos pasó que quisimos darnos un baño en aquella playa tan bonita del resort y, de repente, cuando nos llegaba el agua por la cintura se levantó delante nuestro una montaña hecha de puro mar, de esas que dan vértigo con sólo mirarlas y se nos vino encima para darnos un revolcón que nos dejó resentidos durante varios meses... Por lo demás, no tuvimos más emociones que las que pudieran resultar de nuestras cenas en la terraza de la cabaña a la luz de un candelero y en las que discutíamos nuestro futuro y el del mundo al calor de una botella de… Bueno, de una botella.


Conversaciones a la luz de una vela

Tras nuestro breve descanso nos dirigimos tierra adentro a visitar las montañas del centro de la isla y sus plantaciones de té en el distrito de Nuwara Elliya. Para recorrer los pintorescos pueblos de la región lo ideal es moverse en tren. Subimos a uno precioso que parecía sacado de la novela de Willy Fog.


Los pasajaros no salían de su asombro ante la bonita estampa de bosques y plantaciones de té
Aunque se trataba de una locomotora diesel, ésta no hacía mucho que debía haber relevado a una locomotora de vapor, y desde ese pequeño tren de coches cortos con asientos de madera empezamos a contemplar el nuevo paisaje en el que nos adentrábamos. Los raíles serpenteaban a lo largo de una sinuosa línea que íbamos recorriendo
 a baja velocidad. Con las ventanillas bajadas, mientras un grupo de viajeros tamiles entonaba una canción tradicional, nos asomábamos o a ratos salíamos a las plataformas entre coches para, entre la niebla, ver pasar ante nuestros asombrados ojos una serie de pequeñas colinas abrigadas por un espeso manto verde tejido por los arbustos de la planta del té. Cada poco, entre la espesa niebla, un árbol solitario en medio de aquella alfombra añadía una nota de sorpresa. Podíamos ver pequeñas aldeas envueltas en su halo de misterio  que atravesamos sin detenernos antes de apearnos en los distintos pueblos; Ella, Haputale, Nuwara Eliya hasta la ciudad colonial de Kandy.



Tren llegando a la estación




Convoy discurriendo entre las montañas


Tren discurriendo entre plantaciones de té
Quisimos visitar la fábrica de té Dammbatena, fuimos, pero aquel día estaba cerrada, una lástima porque nos hubiera encantado ver el proceso de elaboración de la famosa infusión. También hicimos algunas caminatas, una de las mejores fue la que realizamos en las plantaciones de té de sir Thomas Lipton en Bandarawela, muy cerca de Haputale.



Quique y Blanca disfrutando del paisaje desde el tren

Blanca se apea del tren en Haputale
Un Tuc-Tuc nos acercaría a las plantaciones de Lord Lipton
Las antiguas plantaciones funcionaban (y funcionan) como pequeñas colonias. En ellas había pequeños poblados con escuelas, puestos de atención médica y templos hinduistas (pues en ésta región la religión predominante es el hinduismo), huertos para consumo propio además de casas para todos los trabajadores de la plantación.


Cuando la niebla lo permitía, se podía divisar el camino que serpenteaba entre las plantaciones
Caminamos por un sendero atravesando la plantación y saludando a alguna de las trabajadoras que recolectaban hojas de té y que, amablemente, nos mostró el laborioso proceso. Tras nuestra clase de recolección, seguimos el camino; subimos y subimos pues nos habían dicho que al final, en lo alto de una colina a casi 2.000 m de altura, estaba el asiento en el que se sentaba el famoso Sir Thomas Lipton para contemplar sus vastos dominios.


Blanca esperando a Quique (como siempre)
Bueno, pues cuando llegamos al asiento del magnate del té e incansable participante de la Copa América de vela, ni extensos campos de cultivo ni paisajes ni naa, no pudimos ver nada. Una espesa niebla nos impedía contemplar aquella fabulosa vista de interminables plantaciones... En fin, no siempre se tiene suerte en todo. Así que deshicimos el camino deleitándonos de nuevo entre los campos de té, y las formas fantasmagóricas que se dibujaban a través de la gasa de niebla que parecía que alguien nos había colocado ante los ojos.



Cuando la niebla lo permite se pueden ver unas fantásticas vistas del valle



Entre las plantaciones de encuentran pequeñas casas y huertos de los trabajadores

Campos de té

En ese entorno, Quique no pudo evitar imaginarse navegando en largas singladuras a vela a bordo de uno de aquellos famosos Clippers durante la época dorada del té, cuando a principios de la segunda mitad del siglo XIX, la famosa infusión era un producto muy exclusivo y su precio tan alto que tan solo lo consumían aristócratas o miembros de la alta sociedad. El Canal de Suez no se inauguró hasta 1870, y a pesar de que se construían barcos de vapor cada vez más rápidos, los “clippers” eran los reyes de la velocidad e interpretaron un auténtico canto de cisne en la navegación comercial a vela.



Blanca recibiendo algunas explicaciones sobre la relolección de la hoja de té
Fue por aquel entonces cuando los océanos serían testigos de las emocionantes carreras que debieron disputar los Clippers navegando a todo velamen
 y arriesgando sus arboladuras para, tras doblar el cabo de Nueva Esperanza,  llegar a Londres con el primer y esperado cargamento de té de la temporada y venderlo rápidamente y sin competencia al más alto precio antes que llegaran los otros barcos… Sin embargo, años más tarde, la apertura del canal de Suez, volvió competitivos a los grandes vapores en las rutas del té, y permitieron trasladar mayores cargamentos en sus inmensas bodegas provocando que los intrépidos Clippers vivieran su ocaso poco después. 

Viaje de regreso

El té bajó muchísimo su precio y Sir Thomas Lipton vio en ello una gran oportunidad y aprovechó una visita a Ceylan para comprar antiguas plantaciones de café que un parásito había echado a perder y, tras contratar trabajadores tamiles de la India (de ahí que la población de la región fuera hindú), limpió los montes que rebosaban moribundo café y, en su lugar, plantó té. Con ello, pudo llevar la famosa hoja a sus propias tiendas sin necesidad de intermediarios reduciendo enormemente los costos; “-De la plantación, directo a la tetera” Decía el eslogan… Pero, el visionario Lipton no sólo logró reducir los costes, sino que además fue extendiendo la costumbre de tomar té a todo lo ancho del espectro social contribuyendo de manera definitiva a la popularización de la bebida…


Mujer cargando un fardo de leña

Sir Thomas Lipton se hizo inmensamente rico a pesar de sus orígenes humildes, y  pudo cultivar su gran pasión de navegante pero, a modo de curiosidad sobre este personaje, a pesar de su persistencia gastando ingentes fortunas armando barcos para lograr su sueño de arrebatar la Copa América a los EEUU y traérsela al club de yates británico que no le concedía la membresía por no haber nacido en el seno de la alta sociedad, el magnate, no lo logró en ninguno de sus 5 desafíos. Sin embargo, pese a todo, el club finalmente premió su tenacidad haciéndolo socio poco antes de su muerte…









Autobús Tata, de lo mejor de la visita a las cascadas
Detalle en el interior del autobús
Además de las plantaciones de té, es posible hacer senderismo y visitar muchas de las impresionantes cascadas que hay en la región. Nosotros también fuimos a visitar algunas. En muchos casos había que desplazarse en sus coloridos autobuses locales de la marca TATA. Entrábamos dentro y, siendo nosotros objeto de todas las miradas de curiosidad, también nosotros devolvíamos la cara de sorpresa al quedarnos pasmados por toda la parafernalia que tenían colgada a modo de decoración, pues no había un solo espacio que no estuviera adornado por un dios hindú, una lucecita multicolor, una reliquia o una guirnalda. Y para hacer el viaje más ameno, los altavoces esparcían con un brillante sonido metálico una musiquilla que no sabíamos si era el último gran éxito de Bollywood o bien si realmente la habían recuperado de alguna de aquellas antiguas máquinas del millón, pues bien hubiéramos creído que estábamos atrapados en el interior de una.



Y claro, también fuimos a visitar cascadas, pero el relato no tiene demasiado interés, sobre todo si lo comparamos con la experiencia de viajar en el interior de una de aquellas máquinas tan populares en los 80 y que fue sin duda lo que más nos impresionó en nuestra visita a las cascadas…

Blanca explicando su viaje a los pasajeros del bus...













Ahh sí, y ahí va alguna de cascadas


Cascadas 1
Cascadas 2
























Mercado en Nuwara Elliya
Visitamos Nuwara Elliya atravesando sus  pintorescas calles y adentrándonos en sus mercados de frutas y especias hasta que, paseando, fuimos a dar con una gran mansión colonial de la época victoriana. Naturalmente, no pudimos resistir la tentación de irnos a tomar una taza de té. Se trataba del “Club Hill”, un club británico fundado por los terratenientes del café y del té a finales del siglo XIX. Entramos (tuvimos suerte porque la nueva normativa ya permitía la entrada de mujeres) y nos dedicamos a investigar; nos adentramos en su biblioteca, en su sala de billar y naturalmente terminamos en el salón del té.

"Club Hill", Nuwara Elliya
Quique no pudo evitar sentarse en un precioso escritorio de madera adornado con gran variedad de filigranas incrustadas que estaba ubicado en medio del salón para escribir una epístola con nuestras aventuras a un buen amigo suyo de Barcelona, la carta decía más o menos así:

“…Emprendimos nuestra expedición cartográfica por encargo de la Compañía Británica de las Indias Orientales el año de gracia de 1863. Tras desembarcar hombres y víveres, emprendimos un arriesgado periplo a través de la jungla en el que vimos diezmada nuestra dotación a causa de la disentería, la malaria y la fiebre amarilla. Lord Wilfred fue devorado por un tigre, Lord Torrington pereció heroicamente tras las heridas sufridas durante la última emboscada acometida por rebeldes cingaleses. Tras deambular durante meses por la selva, extenuado, perdido y sumido en el delirio me halló lord Morton: -  El Doctor Livingstone, supongo…”
La postal no tenía desperdicio, pero no se puede evitar, así es como resulta la correspondencia a despachar cuando ésta se redacta al calor de un hogar en el salón del té de un auténtico club colonial británico desde el corazón de Ceilán…

Blanca conversa con unas niñas mientras esperamos la llegda del tren
Regresamos a Colombo para tomar el vuelo hacia nuestro siguiente destino. Y poco más tarde, a bordo del avión que nos llevaba hacia la península arábiga nuestra memoria empezó rápidamente modificar nuestros recuerdos; -Lo que más nos gustó -recordaba Quique- fue el viaje que hicimos en aquel tren arrastrado por una locomotora de vapor para ir a explorar la jungla, antes de volver al club para tomarnos una copa de vino blanco a la luz de las velas… Y es que, los turistas, siempre tenemos que añadir algo ficción a nuestros recuerdos, suponemos, que para hacerlos más verosímiles, o sencillamente para enriquecerlos un poquito. Y es que, a veces, no podemos evitar revivir las cosas, pero tal y como nos hubiese gustado vivirlas.


Frutillar 14 de agosto de 2018

Dubai, un gran escaparate.

Torre de control del aeropuerto de Dubai
Ochocientos veintiocho metros de altura (848 con su antena), casi un kilómetro. Esa era la altura del edificio más alto jamás construido, el Burj Khalifa, cuando nosotros aterrizamos en Dubai. La famosa capital del emirato del mismo nombre es un lugar asombroso. Y es que la ciudad está diseñada y construida para ser precisamente eso, un lugar para impresionar. Su edificio, más famoso, no se diseñó alto por un problema de espacio o debido a lo elevado del precio del terreno. El Burj Khalifa se construyó para maravillar y dejar ojipláticos a cuantos visitantes llegaran y a cuantos oyeran hablar de la ciudad a lo largo del ancho mundo... Nosotros dispusimos de un día para visitar la ciudad, o más bien dicho; para echar un vistazo. Nuestro vuelo realizó una escala en Dubai que nos dio unas cuantas horas para dar una vuelta rápida por aquel inaudito lugar que se estaba convirtiendo en el epicentro del turismo de compras y de lujo en el mundo. Una breve parada para apearnos y dar un paseo rápido para verificar que aquella locura que acontecía en medio del desierto era cierta.




Ya desde el aeropuerto advertimos que la ciudad era para el forastero, se nos dieron todas las facilidades para entrar en el país y al poco rato, después de aterrizar, estábamos en un taxi circulando por una de las principales avenidas de la ciudad entre cientos de torres de cristal.


Recorriendo una de las principales avenidas de la ciudad


Rascacielos en Dubai

Se intuía sólo al llegar, que era una ciudad 3.0, con infraestructuras de última generación que articulaban la vida entre jóvenes rascacielos que parecían haber florecido en medio del desierto por generación espontánea y cuya expresión más exuberante era aquel interminable edificio que emergía al fondo desde una planta de tres lóbulos inspirada en una flor del desierto. Todo era tan nuevo, que parecía de cartón piedra; puentes, calles, mobiliario urbano, un escaparate de lujo para una tienda que recién abría sus puertas y que era, en realidad, la ciudad misma. Todavía sin disipar el olor a recién pintado, nos adentrábamos hacia el centro neurálgico del ocio y del consumo que se había ideado para que a nadie, o al menos a nadie que quisiera gastarse algo de dinero, le faltase de nada.

Llegamos al Downtown Dubai creyendo que, al contrario que en la mayoría de nuestros últimos  destinos, esta vez, habíamos saltado varios siglos hacia adelante. De pronto nos pareció que nos encontrábamos en un decorado construido para simular una ciudad del futuro en una de esas películas de la Guerra de las Galaxias. Estábamos paseando entre los recovecos del lago artificial más grande del mundo donde se encontraban las fuentes más magníficas del mundo mientras contemplábamos una y otra vez, con el cuello dolorido de tanto recorrer buscando su cumbre, aquel faraónico edificio que se erigía hacia la estratosfera. Dubai es, además, la ciudad más cosmopolita del planeta (sólo el 15% de la población es local) y si nos hubiésemos cruzado con un alienígena de compras venido de otra galaxia, nos hubiese parecido  normal. 

Edificio Burj Khalifa con 848 m de altura
También en aquella ciudad, se había construido un hotel que, según decían, era el que tenía más estrellas del mundo pues, en aquella metrópolis hiperbólica, podía resultar vulgar exhibir únicamente un distintivo pentaestelado… Llegamos muy temprano, y todavía no había mucha gente, pues la que en aquel momento era la ciudad más visitada del mundo estaba  desperezándose, así que nos metimos en una bonita cafetería del Mall más grande del mundo a tomarnos un desayuno que, incitado por un anhelo voraz producto de varios meses de añoranza  y acorde con el fastuoso atrezzo donde nos encontrábamos, no podía ser nada menos que colosal... Una vez saciado nuestro apetito matinal, empezamos a caer en la cuenta de que había sido una imprudencia haber pedido dos cafés acompañados de dos flamantes croissanes doraditos y brillantes en aquella cafetería tan mona ambientada como si fuera una terraza de París. Sobretodo, sin la precaución de haber consultado antes los precios. Presentíamos que aquel capricho, en un lugar rodeado de tantísimo lujo, nos iba a salir muy caro. Pedimos la cuenta asumiendo resignados que nos iban a hincar la mayor “clavada” de nuestro viaje mundial. Pero no fue así; resultó sorprendentemente barato. Y es que, en realidad, tomar un desayuno en una cafetería en Dubai, no era algo tan exclusivo (sí que lo es hacerlo en Camboya donde sólo lo hacen los turistas occidentales). Aquella ciudad invitaba al consumo, y ni siquiera los precios que vimos más adelante nos parecieron especialmente elevados en comparación con cualquier otra ciudad de EEUU o de Europa.  Era una ciudad para turistas y visitantes, pero disponía de una oferta insaciable para todo tipo de de bolsillos siempre y cuando se tratase de consumir.
Complejo lúdico junto a la laguna artificial más grande del mundo

Antes de entrar en el Mall se nos recuerdan algunas de las normas esenciales. Favor, respetar las políticas de cortesía antes de continuar:






Paseamos un poco por el enorme Dubai Mall, del que enseguida advertimos que no íbamos a recorrer más que una mínima parte y, de repente, llegamos a un gigantesco acuario lleno de peces de colores, especies tropicales y tiburones. Un cartel anunciaba una estimulante oferta: Submarinismo con tiburones por 20 USD… En efecto, por esa cantidad te embutían en un traje de submarinista, te adosaban una botella de aire a la espalda y podías bucear en la enorme pecera rodeado de variedades subacuáticas de lo más exóticas. Naturalmente, el precio incluía que te sacaran una foto nadando entre tiburones pues, hoy en día, las experiencias no se disfrutan hasta que no se comparten, y por supuesto ningún valiente submarinista, tras zambullirse entre escualos inofensivos, puede experimentar un éxtasis completo hasta que alguien no le echa algún que otro “like”. No vamos a negar, sin un poco de vergüenza, que Quique se sintió muy tentado y que sólo le hizo desistir el apuro de convertirse en el foco a donde iban a converger miles de miradas de quienes luego pudieran pronunciar en tono condescendiente la reflexión anterior…
 Superado ese canto de sirena, seguimos caminado y nos entretuvimos en una librería enorme de la cadena Kinokuniya, sin duda la mayor librería que habíamos visto nunca, con secciones de todo y en todos los idiomas, tan grande que era fácil perderse dentro...


El gran acuario en medio del centro comercial



Turistas durante su expedición por el acuario
Todo tenía dimensiones desproporcionadas, y poco a poco el mall se fue llenando de gente de todas las razas y culturas, pero entre todas, nos llamaban especialmente  la atención las adineradas mujeres que, enclaustradas en sus burkas, entraban a las tiendas de mayor lujo y salían cargando con naturalidad con tantas bolsas como podían; Channel, Louis Vuitton, Gucci, Armani, como si se tratase de pequeñas bagatelas… Y la verdad es que no dejaba de sorprendernos el contraste entre la opulencia de sus compras, reflejo de un inacabable poder adquisitivo de ellas o sus maridos (quizás propietarios) y el extremo nivel de ocultación de sus ropajes que en muchos casos no les permitía siquiera insinuar ninguna parte del cuerpo. Todo un oxímoron viviente producto del vivir con recursos casi ilimitados pero, a su vez, encerradas por un vestido y no sabemos por cuantas costumbres más que no entendemos…

Mujeres árabes de compras
Dubai refleja muchos de los cambios que se han producido en nuestro mundo. De cómo se puede fabricar una oferta sin que haya nada más que arena en su origen (bueno, arena y petróleo).  Allí se vendía entretenimiento  y tiempo de diversión para un mundo que ya no sabe aburrirse. Refleja lo mucho que necesitamos consumir cosas inútiles, o experiencias totalmente prescindibles…
Dubai Mall por el interior
No es que sea criticable que Dubai invierta en una alternativa para tener otra fuente de ingresos cuando se les agote el petróleo, sin embargo abruma el gran éxito con el que parece que lo han logrado… Tampoco es que sea criticable que alguien lo consuma, pues podríamos llegar a decir que cada vez que un ser humano realiza algo que no tenga como objetivo la supervivencia propia o de nuestra especie está derrochando recursos cuando, en realidad, no conocemos ningún fin específico a nuestra existencia. Pero todo era tan exagerado que no podíamos dejar de pensar en que había algo de despilfarro. Que todo aquello no pretendía buscar una eficiencia de bienes ni de recursos. Que si bien cada cual podía ser libre de vender o consumir casi cualquier cosa (con sus obvias limitaciones) el coste de nuestros excesos era adelantar una serie de cambios que podían llevarnos a la inhabitabilidad en todo el planeta. Que como humanos estábamos obviando muchos problemas que sabemos importantes y que estamos aún muy lejos de solucionar. Seguramente, muchos de esos problemas no se podrán resolver sin asumir que no se puede revertir la situación sin cambiar nuestra manera de vivir. Y lamentablemente, no parece que vayamos a hacer algo hasta que lo más importante se nos haya convertido ya en lo más urgente. ¿Será entonces demasiado tarde?
Otra galería del centro comercial

Además del cargo de conciencia que se nos iba despertando y que, reconocemos para nuestro oprovio público, no resultó impedimento para realizar alguna que otra compra, tampoco dejaba de ser curioso observar  lo que nos ocurre a las personas cuando se nos deja sueltas por un lugar de tan desmesurada oferta. En Sri Lanka habíamos pensado que la fotografía de animales tenía su lado cinegético, pues bien, ir de compras o ir a buscar ciertas experiencias también lo tiene. Salimos al acecho y nos armamos para dar caza a nuestro ansiado trofeo, a veces, la satisfacción no es por conseguirlo; sino que, tras buscar, tener algo localizado es suficiente placebo. Luego iremos alimentando nuestro placentero deseo soñando con permitírnoslo algún día.  Quizás ir de compras sea una reminiscencia de nuestros tiempos en las cavernas y siendo así, Dubai es un inmejorable territorio de caza.
Siempre decimos, que cuando un mall se empieza a llenar de visitantes, es que ha llegado el momento de largarse pues ninguna elección inteligente se va a hacer… Mientras caminábamos hacia la salida, recordamos un cartel situado a la entrada del único colmado de un pueblecito perdido y olvidado en Montana en los EE.UU que decía: “Si no lo tenemos, es que no lo necesitas”. En el mundo se piensan, fabrican y venden millones de cosas innecesarias y asumimos que es parte del peaje que pagamos por el progreso. Pero, a veces nos basta sólo con que nos las adornen un poquito para que, al verlas, las deseemos con todas nuestras fuerzas. 
Era dificil evitar buscar la gran torre cada vez que salíamos al exterior
Poco después de terminada nuestra visita a la ciudad, fue noticia que la policía de Dubai se había hecho con una numerosa flota de Lamborghinis para patrullar por la ciudad. Ignoramos las cualidades del deportivo como vehículo policial, pero sin duda, era una muestra más de que la ciudad seguía engalanando su escaparate.

Antes de salir del mall y encaminarnos hacia Turquía, todavía tuvimos tiempo de detenernos a comprar un par de gadgets inútiles que,  ingenuamente, creíamos que íbamos a necesitar...

Blanca y Quique ya preparados para la siguiente etapa...