Santiago de Chile 25 de julio de
2018
Sri Lanka, una intrépida
expedición turística.
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Este Tuc-Tuc nos llevó directamente del aeropuerto a la playa. |
Aterrizamos en Colombo por la mañana
del 18 de enero de 2012 y nos trasladamos rápidamente a nuestro hotel para librarnos del
incómodo equipaje. Quisimos desayunar, así que nos trasladamos a otro hotel con
algo más de caché a tomar un buen desayuno con vistas al océano mientras
planificábamos nuestra estancia en Sri Lanka. Y es que, a decir verdad, nuestra
decisión de visitar la isla fue un poco accidental. Nuestra primera opción era ir
a la India, pero tuvimos dificultades para conseguir el visado porque aquel año
no se emitían visados turísticos para la India desde otro país que no fuera el
de origen. De modo que nos decidimos a pasar unos días en la isla a la que
muchos se refieren, por su forma, como
“La lágrima de la India”.
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Barco de pescadores a punto de zarpar |
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Barcos de pescadores faeneando |
Tras un buen rato, mientras desde una terraza en la playa veíamos en el horizonte como los balandros de pescadores iban y venían , resolvimos los principales itinerarios que íbamos a seguir por Sri Lanka.
Primero, empezaríamos por recorrer la costa sur visitando las playas más
recomendadas. Luego iríamos a visitar alguno de sus famosos parques naturales
donde habitan elefantes, leopardos y búfalos de agua. Y para terminar, nos
dirigiríamos hacia el interior, hasta una región muy montañosa y famosa por sus
plantaciones de té en el centro de la isla. Así que, tras bosquejar un recorrido aproximado y tras realizar algunas anotaciones en un mapa, al día siguiente nos encaminamos
a la estación de autobuses de Colombo para tomar un autobús hacía la costa sur.
Para llegar a la estación,
cruzamos Colombo en un autobús local y al hacerlo tuvimos una primera impresión
del tipo de país al que habíamos llegado. De entrada, todo nos recordaba a la
India; el tipo de ropa, la fisionomía racial, el caos y la desorganización en
una gran capital. Todo, al fin, era un poco como en la India, pero… pero no
exactamente lo mismo.
Y es que Sri Lanka, debido a su
proximidad con el país del norte, tiene muchos rasgos culturales y religiosos
similares a la India, pero todo, sin ser tan extremo. Es decir; hay mucha
población, pero no tanta. Hay pobreza pero sin ser tan padecida como en la
India. Su población es muy religiosa y hay un sinfín de templos, pero la
mayoría son budistas ya que el hinduismo no es siquiera la religión mayoritaria.
(En Sri Lanka el budismo es la religión del 70 % de la población mientras que
el hinduismo está representado por un 17 %)… Al igual que la India, Ceilán
formó parte del Imperio Británico y el inglés es “bien” conocido por la mayoría
de habitantes, pero su idioma principal es el Cingalés y no el Hindú. O sea que,
con sus muchos parecidos, no termina de ser lo mismo.
De hecho, Sri Lanka fue una
península conectada a la India cuyo istmo quedó sumergido tras un ciclón que lo
azotó allá por el año 1.480 y poco tiempo después sería dominada por los
portugueses quienes establecieron en la costa colonias de gran importancia para
las rutas comerciales de especias.
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Playa de Mirissa |
Bueno pues, tras atravesar
Colombo, nos fuimos unos 120 km al sur, a visitar las poblaciones costeras de
Unawatuna y Mirissa. Ambos son pequeños pueblecitos costeros muy “cucos” que viven esperando al turista occidental. Y es
que, ambas localidades, son capitales del turismo de playa que tienen de todo;
hostels para el típico mochilero surfero, chiringuitos de playa donde disfrutar
de una cena romántica a la luz de una vela, encantadores de serpientes
exhibiendo a sus reptiles embobados, miles de ofertas para ir a avistar a la
pobre ballena azul, pescadores oportunistas dispuestos a colocarse en lo alto
de un poste de hierro clavado en el mar para dejarse fotografiar a cambio de
algunas monedas (para mí, que muchos de esos no habían pescado en su vida) y,
por supuesto, unas playas muy bonitas en forma de herradura. Y aún así no
dejaban de tener un aire aldeano muy calmado. Las vacas se paseaban por la
playa por las tardes y los pescadores traían sus capturas a la playa donde serían
exhibidas en los restaurantes a la invitación de: - Pase usted y escoja…
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Encantador de serpientes (o de personas) |
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Pescador tratando de hacerse con las últimas capturas del día
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Llegando a la playa de Unawatuna, ya avanzada la tarde |
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Sin embargo, teníamos la
sensación de que nos estábamos dejando algo; después de todo,
quedarnos un día entero en una playa turística no tenía mucha emoción. Ello nos
tenía un poco aburridos. Y como nuestro presupuesto no nos daba para muchos
combinados tropicales decidimos ir a explorar. En realidad sucedía, que durante
nuestros traslados en autobús habíamos visto playas preciosas totalmente
desiertas, pero nadie las visitaba pues todos los viajeros íbamos a las
poblaciones más concurridas. Así que un día tomamos un tuc-tuc para que nos llevara
a lo largo de la carretera costera hasta una de esas playas donde no hubiese
gente… Y vaya, ¡Qué maravilla! De repente volvimos a convertimos en intrépidos
exploradores! . Encontramos un lugar que tenía las mismas aguas transparentes y
la misma arena fina, pero en lugar de tanto chiringuito chancletero había cocoteros
bajo los que pudimos pasear tranquilamente. Todo ello lo hicimos con el fin de extender
las toallas en un lugar donde no hubiera otros turistas cerca cuyo aspecto nos
hiciera recordar lo ridículos que somos los visitantes de occidente y lo que
mucho que estropeamos el paisaje local con nuestra sola presencia.
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Recorriendo la carretera de la costa |
Los turistas somos gente un poco
acomplejada, y especialmente al viajar por lugares donde la mayor parte de la
gente local es más humilde. Llegamos a sus pueblos y los terminamos
transformando en algo a nuestra medida, muchas veces estropeando su economía
local, para finalmente dejar una impronta importante que puede llegar a cambiar
su modo de vida. El hecho de huir de un lugar turístico minimiza un poco ese
sentimiento de culpa. Tras ese breve paréntesis en nuestra condición natural,
volvimos al centro turístico para cenar y dormir tal y como nos gusta hacerlo a
los turistas.
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Una de las playas que visitamos por nuestra cuenta, podría ser cualquier playa del sur de la isla... |
Nuestra siguiente visita era el
parque de Yala. Un santuario natural dónde todavía es posible encontrar a
muchas de las especies que, no hace demasiados años, debían corretear tranquilamente
por toda la isla. Allí hicimos un safari buscando elefantes, leopardos y
cocodrilos además de otros animales extraños cuyos nombres no conocíamos…
Quique, con su cámara, volvió a disfrutar de la caza de animales, y es que la
fotografía de animales tiene mucho de cinegética aunque, afortunadamente, sin sacrificar
a los pobres bichos, si bien es cierto que basta con estar en el parque para que sea inevitable molestarlos un
poco… (Pero muy poco de verdad!!!) .
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Cocodrilo al acecho en las marismas del Parque Natural de Yala |
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Pigargo posicionándose para otear a algún despistado al que convertir en merienda |
Elefante asiático
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Martín pescador |
Ahora los pocos animales salvajes
que van quedando viven recluidos en sus parques o reservas, que existen
únicamente cómo recuerdo de lo que fue la fauna y flora local. El mundo está
cambiando muy rápido, y lo mismo que pasaba en la amazonia, en la selva malaya
y en muchos otros sitios del mundo, ocurría también en Sri Lanka. El paisaje
que pudo haber existido durante miles de años se había ido acotando a un
limitado espacio dentro de parques naturales. Y éstos se mantienen porque, si
bien pueden tener poco o ningún interés lucrativo (o menos que dedicados a otra
actividad que no sea el turismo), todavía nos interesa su existencia y queremos
dejar algún testimonio vivo de aquello que hace un tiempo respiraba en
abundancia.
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Una de las muchas especies de aves del parque |
Quizás en la escasez radica su valor, pero su conservación nos
permite soñar con la esperanza de que algún día, cuando nuestra forma de vida
lo permita (o cuando lo queramos porque no haya más opción), se puedan volver a
expandir todos los reductos de vida salvaje y recuperar el planeta…
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Mangosta a la caza de serpientes |
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Joven ciervo asiático |
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Búfalos refrescándose en el agua |
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Pigargo con su merienda... |
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Varano |
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Ese macaco nos estuvo vigilando desde los árboles |
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Llega un momento en el sólo apetece tumbarse bajo los cocoteros |
Tras recorrer el parque que sirvió para
rodar muchos de los exteriores de Indiana Jones y el Templo Maldito (elefantes
incluidos) decidimos darnos un descanso antes de nuestra siguiente etapa.
Llegamos a Tangalle y buscamos alojamiento, pero, tras visitar varias opciones,
ninguna nos convenció. Así que, puestos a ser turistas, decidimos que lo mejor
era hacerlo sin complejos por lo que nos quisimos regalar lo que entre nosotros
llamábamos un “indulgement”. Os explicamos; tras varios días de vivir en
hostels con un ambiente muy viajero y multicultural pero que, muchas veces, no
eran todo lo cómodos y limpios que a uno le gustaría, quisimos estar en un
sitio más tranquilo y aseado, así que nos desplazamos a las afueras de Tangalle,
al “Palm Paradise Cabanas and Villas” un sitio de turistas para descansar como
turistas de verdad. Sin nada que hacer; ni ir a ver ballenas, ni sufrir stress
por encontrar la playa perfecta, ni pescadores (o modelos) que pidieran monedas
a cambio de una foto, ni tampoco para
estar a tiro de que nos engatusaran los encantadores de serpientes o los encantadores
de personas… Sencillamente queríamos no hacer nada.
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Blanca junto al océano |
El plan era el siguiente: íbamos
a reunir un poco más dinero del presupuestado,
para gastárnoslo durante 3 días en un sitio
que, sin ser tampoco un resort de super lujo, nos permitiera adormilarnos un poco
bajo la sobra oscilante de unos cocoteros mecidos por el viento, con la única compañía
del sonido de las olas del mar, al sabor de una copa de espumante bien frío
(bueno, eso queríamos, pero el espumante estaba a un precio desorbitante así
que lo sustituimos por refresco genérico y tan contentos)…
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Nuestra playa en el “Palm Paradise Cabanas and Villas” |
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Quique junto al océano |
Allí estuvimos
tranquilos durante unos días, sin más que reportar que, primero: La intrusión
de una iguana gigante en nuestra cabaña a la que logramos expulsar bajo amenaza
de toallazo al grito de –Shu, shu, shu!!!... Y segundo: Un baño desafortunado
en el mar; nos pasó que quisimos darnos un baño en aquella playa tan bonita del
resort y, de repente, cuando nos llegaba el agua por la cintura se levantó
delante nuestro una montaña hecha de puro mar, de esas que dan vértigo con sólo
mirarlas y se nos vino encima para darnos un revolcón que nos dejó resentidos
durante varios meses... Por lo demás, no tuvimos más emociones que las que
pudieran resultar de nuestras cenas en la terraza de la cabaña a la luz de un
candelero y en las que discutíamos nuestro futuro y el del mundo al calor de
una botella de… Bueno, de una botella.
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Conversaciones a la luz de una vela |
Tras nuestro breve descanso nos
dirigimos tierra adentro a visitar las montañas del centro de la isla y sus
plantaciones de té en el distrito de Nuwara Elliya. Para recorrer los
pintorescos pueblos de la región lo ideal es moverse en tren. Subimos a uno precioso
que parecía sacado de la novela de Willy Fog.
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Los pasajaros no salían de su asombro ante la bonita estampa de bosques y plantaciones de té |
Aunque se trataba de una
locomotora diesel, ésta no hacía mucho que debía haber relevado a una
locomotora de vapor, y desde ese pequeño tren de coches cortos con asientos de
madera empezamos a contemplar el nuevo paisaje en el que nos adentrábamos. Los
raíles serpenteaban a lo largo de una sinuosa línea que íbamos recorriendo a baja velocidad. Con las ventanillas bajadas,
mientras un grupo de viajeros tamiles entonaba una canción tradicional, nos
asomábamos o a ratos salíamos a las plataformas entre coches para, entre la
niebla, ver pasar ante nuestros asombrados ojos una serie de pequeñas colinas
abrigadas por un espeso manto verde tejido por los arbustos de la planta del
té. Cada poco, entre la espesa niebla, un árbol solitario en medio de aquella
alfombra añadía una nota de sorpresa. Podíamos ver pequeñas aldeas envueltas en
su halo de misterio que atravesamos sin
detenernos antes de apearnos en los distintos pueblos; Ella, Haputale, Nuwara
Eliya hasta la ciudad colonial de Kandy.
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Tren llegando a la estación |
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Convoy discurriendo entre las montañas |
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Tren discurriendo entre plantaciones de té |
Quisimos visitar la fábrica de té
Dammbatena, fuimos, pero aquel día estaba cerrada, una lástima porque nos hubiera
encantado ver el proceso de elaboración de la famosa infusión. También hicimos
algunas caminatas, una de las mejores fue la que realizamos en las plantaciones
de té de sir Thomas Lipton en Bandarawela, muy cerca de Haputale.
Quique y Blanca disfrutando del paisaje desde el tren
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Blanca se apea del tren en Haputale |
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Un Tuc-Tuc nos acercaría a las plantaciones de Lord Lipton |
Las antiguas
plantaciones funcionaban (y funcionan) como pequeñas colonias. En ellas había
pequeños poblados con escuelas, puestos de atención médica y templos hinduistas
(pues en ésta región la religión predominante es el hinduismo), huertos para
consumo propio además de casas para todos los trabajadores de la plantación.
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Cuando la niebla lo permitía, se podía divisar el camino que serpenteaba entre las plantaciones |
Caminamos por un sendero atravesando la plantación y saludando a alguna de las
trabajadoras que recolectaban hojas de té y que, amablemente, nos mostró el
laborioso proceso. Tras nuestra clase de recolección, seguimos el camino;
subimos y subimos pues nos habían dicho que al final, en lo alto de una colina
a casi 2.000 m de altura, estaba el asiento en el que se sentaba el famoso Sir Thomas
Lipton para contemplar sus vastos dominios.
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Blanca esperando a Quique (como siempre) |
Bueno, pues cuando llegamos al
asiento del magnate del té e incansable participante de la Copa América de vela,
ni extensos campos de cultivo ni paisajes ni naa, no pudimos ver nada. Una
espesa niebla nos impedía contemplar aquella fabulosa vista de interminables
plantaciones... En fin, no siempre se tiene suerte en todo. Así que deshicimos el
camino deleitándonos de nuevo entre los campos de té, y las formas
fantasmagóricas que se dibujaban a través de la gasa de niebla que parecía que alguien
nos había colocado ante los ojos.
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Cuando la niebla lo permite se pueden ver unas fantásticas vistas del valle |
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Entre las plantaciones de encuentran pequeñas casas y huertos de los trabajadores |
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Campos de té |
En ese entorno, Quique no pudo
evitar imaginarse navegando en largas singladuras a vela a bordo de uno de
aquellos famosos Clippers durante la época dorada del té, cuando a principios
de la segunda mitad del siglo XIX, la famosa infusión era un producto muy
exclusivo y su precio tan alto que tan solo lo consumían aristócratas o
miembros de la alta sociedad. El Canal de Suez no se inauguró hasta 1870, y a
pesar de que se construían barcos de vapor cada vez más rápidos, los “clippers”
eran los reyes de la velocidad e interpretaron un auténtico canto de cisne en
la navegación comercial a vela.
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Blanca recibiendo algunas explicaciones sobre la relolección de la hoja de té |
Fue por aquel entonces cuando los océanos
serían testigos de las emocionantes carreras que debieron disputar los Clippers
navegando a todo velamen y arriesgando
sus arboladuras para, tras doblar el cabo de Nueva Esperanza, llegar a Londres con el primer y esperado cargamento
de té de la temporada y venderlo rápidamente y sin competencia al más alto precio
antes que llegaran los otros barcos… Sin embargo, años más tarde, la apertura
del canal de Suez, volvió competitivos a los grandes vapores en las rutas del
té, y permitieron trasladar mayores cargamentos en sus inmensas bodegas
provocando que los intrépidos Clippers vivieran su ocaso poco después.
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Viaje de regreso
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El té
bajó muchísimo su precio y Sir Thomas Lipton vio en ello una gran oportunidad y
aprovechó una visita a Ceylan para comprar antiguas plantaciones de café que un
parásito había echado a perder y, tras contratar trabajadores tamiles de la
India (de ahí que la población de la región fuera hindú), limpió los montes que
rebosaban moribundo café y, en su lugar, plantó té. Con ello, pudo llevar la
famosa hoja a sus propias tiendas sin necesidad de intermediarios reduciendo
enormemente los costos; “-De la plantación, directo a la tetera” Decía el
eslogan… Pero, el visionario Lipton no sólo logró reducir los costes, sino que
además fue extendiendo la costumbre de tomar té a todo lo ancho del espectro
social contribuyendo de manera definitiva a la popularización de la bebida…
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Mujer cargando un fardo de leña |
Sir Thomas Lipton se hizo
inmensamente rico a pesar de sus orígenes humildes, y pudo cultivar su gran pasión de navegante pero, a modo de curiosidad sobre este personaje, a pesar de su persistencia
gastando ingentes fortunas armando barcos para lograr su sueño de arrebatar la
Copa América a los EEUU y traérsela al club de yates británico que no le
concedía la membresía por no haber nacido en el seno de la alta sociedad, el
magnate, no lo logró en ninguno de sus 5 desafíos. Sin embargo, pese a todo, el
club finalmente premió su tenacidad haciéndolo socio poco antes de su muerte…
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Autobús Tata, de lo mejor de la visita a las cascadas |
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Detalle en el interior del autobús |
Además de las plantaciones de té,
es posible hacer senderismo y visitar muchas de las impresionantes cascadas que
hay en la región. Nosotros también fuimos a visitar algunas. En muchos casos
había que desplazarse en sus coloridos autobuses locales de la marca TATA.
Entrábamos dentro y, siendo nosotros objeto de todas las miradas de curiosidad,
también nosotros devolvíamos la cara de sorpresa al quedarnos pasmados por toda
la parafernalia que tenían colgada a modo de decoración, pues no había un solo espacio
que no estuviera adornado por un dios hindú, una lucecita multicolor, una
reliquia o una guirnalda. Y para hacer el viaje más ameno, los altavoces
esparcían con un brillante sonido metálico una musiquilla que no sabíamos si
era el último gran éxito de Bollywood o bien si realmente la habían recuperado
de alguna de aquellas antiguas máquinas del millón, pues bien hubiéramos creído
que estábamos atrapados en el interior de una.
Y claro, también fuimos a
visitar cascadas, pero el relato no tiene demasiado interés, sobre todo si lo
comparamos con la experiencia de viajar en el interior de una de aquellas
máquinas tan populares en los 80 y que fue sin duda lo que más nos impresionó
en nuestra visita a las cascadas…
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Blanca explicando su viaje a los pasajeros del bus... |
Ahh sí, y ahí va alguna de cascadas
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Cascadas 1 |
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Cascadas 2 |
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Mercado en Nuwara Elliya |
Visitamos Nuwara Elliya
atravesando sus pintorescas calles y
adentrándonos en sus mercados de frutas y especias hasta que, paseando, fuimos
a dar con una gran mansión colonial de la época victoriana. Naturalmente, no
pudimos resistir la tentación de irnos a tomar una taza de té. Se trataba del “Club
Hill”, un club británico fundado por los terratenientes del café y del té a
finales del siglo XIX. Entramos (tuvimos suerte porque la nueva normativa ya
permitía la entrada de mujeres) y nos dedicamos a investigar; nos adentramos en
su biblioteca, en su sala de billar y naturalmente terminamos en el salón del
té.
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"Club Hill", Nuwara Elliya |
Quique no pudo evitar sentarse en un precioso escritorio de madera
adornado con gran variedad de filigranas incrustadas que estaba ubicado en
medio del salón para escribir una epístola con nuestras aventuras a un buen
amigo suyo de Barcelona, la carta decía más o menos así:
“…Emprendimos nuestra expedición
cartográfica por encargo de la Compañía Británica de las Indias Orientales el
año de gracia de 1863. Tras desembarcar hombres y víveres,
emprendimos un arriesgado periplo a través de la jungla en el que vimos diezmada
nuestra dotación a causa de la disentería, la malaria y la fiebre amarilla. Lord
Wilfred fue devorado por un tigre, Lord Torrington pereció heroicamente tras
las heridas sufridas durante la última emboscada acometida por rebeldes
cingaleses. Tras deambular durante meses por la selva, extenuado, perdido y
sumido en el delirio me halló lord Morton: - El Doctor Livingstone, supongo…”
La postal no tenía desperdicio,
pero no se puede evitar, así es como resulta la correspondencia a despachar cuando
ésta se redacta al calor de un hogar en el salón del té de un auténtico club
colonial británico desde el corazón de Ceilán…
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Blanca conversa con unas niñas mientras esperamos la llegda del tren |
Regresamos a Colombo para tomar
el vuelo hacia nuestro siguiente destino. Y poco más tarde, a bordo del avión
que nos llevaba hacia la península arábiga nuestra memoria empezó rápidamente
modificar nuestros recuerdos; -Lo que más nos gustó -recordaba Quique- fue el
viaje que hicimos en aquel tren arrastrado por una locomotora de vapor para ir
a explorar la jungla, antes de volver al club para tomarnos una copa de
vino blanco a la luz de las velas… Y es que, los turistas, siempre tenemos que
añadir algo ficción a nuestros recuerdos, suponemos, que para hacerlos más
verosímiles, o sencillamente para enriquecerlos un poquito. Y es que, a veces,
no podemos evitar revivir las cosas, pero tal y como nos hubiese gustado
vivirlas.
Frutillar 14 de agosto de 2018
Dubai, un gran escaparate.
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Torre de control del aeropuerto de Dubai |
Ochocientos veintiocho metros de
altura (848 con su antena), casi un kilómetro. Esa era la altura del edificio
más alto jamás construido, el Burj Khalifa, cuando nosotros aterrizamos en
Dubai. La famosa capital del emirato del mismo nombre es un lugar asombroso. Y
es que la ciudad está diseñada y construida para ser precisamente eso, un lugar
para impresionar. Su edificio, más famoso, no se diseñó alto por un problema de
espacio o debido a lo elevado del precio del terreno. El Burj Khalifa se
construyó para maravillar y dejar ojipláticos a cuantos visitantes llegaran y a
cuantos oyeran hablar de la ciudad a lo largo del ancho mundo... Nosotros
dispusimos de un día para visitar la ciudad, o más bien dicho; para echar un
vistazo. Nuestro vuelo realizó una escala en Dubai que nos dio unas cuantas
horas para dar una vuelta rápida por aquel inaudito lugar que se estaba convirtiendo
en el epicentro del turismo de compras y de lujo en el mundo. Una breve parada
para apearnos y dar un paseo rápido para verificar que aquella locura que
acontecía en medio del desierto era cierta.
Ya desde el aeropuerto advertimos
que la ciudad era para el forastero, se nos dieron todas las facilidades para
entrar en el país y al poco rato, después de aterrizar, estábamos en un taxi circulando
por una de las principales avenidas de la ciudad entre cientos de torres de
cristal.
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Recorriendo una de las principales avenidas de la ciudad
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Rascacielos en Dubai |
Se intuía sólo al llegar, que era una ciudad 3.0, con infraestructuras
de última generación que articulaban la vida entre jóvenes rascacielos que
parecían haber florecido en medio del desierto por generación espontánea y cuya
expresión más exuberante era aquel interminable edificio que emergía al fondo
desde una planta de tres lóbulos inspirada en una flor del desierto. Todo era
tan nuevo, que parecía de cartón piedra; puentes, calles, mobiliario urbano, un
escaparate de lujo para una tienda que recién abría sus puertas y que era, en
realidad, la ciudad misma. Todavía sin disipar el olor a recién pintado, nos adentrábamos hacia el centro neurálgico del ocio
y del consumo que se había ideado para que a nadie, o al menos a nadie que quisiera
gastarse algo de dinero, le faltase de nada.
Llegamos al Downtown Dubai
creyendo que, al contrario que en la mayoría de nuestros últimos destinos, esta vez, habíamos saltado varios
siglos hacia adelante. De pronto nos pareció que nos encontrábamos en un
decorado construido para simular una ciudad del futuro en una de esas películas
de la Guerra de las Galaxias. Estábamos paseando entre los recovecos del lago artificial
más grande del mundo donde se encontraban las fuentes más magníficas del mundo
mientras contemplábamos una y otra vez, con el cuello dolorido de tanto recorrer buscando su
cumbre, aquel faraónico edificio que se erigía hacia la estratosfera. Dubai
es, además, la ciudad más cosmopolita del planeta (sólo el 15% de la población
es local) y si nos hubiésemos cruzado con un alienígena de compras venido de
otra galaxia, nos hubiese parecido normal.
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Edificio Burj Khalifa con 848 m de altura |
También en aquella ciudad,
se había construido un hotel que, según decían, era el que tenía más estrellas
del mundo pues, en aquella metrópolis hiperbólica, podía resultar vulgar
exhibir únicamente un distintivo pentaestelado… Llegamos muy temprano, y todavía
no había mucha gente, pues la que en aquel momento era la ciudad más visitada
del mundo estaba desperezándose, así que
nos metimos en una bonita cafetería del Mall más grande del mundo a tomarnos un
desayuno que, incitado por un anhelo voraz producto de varios meses de añoranza
y acorde con el fastuoso atrezzo donde
nos encontrábamos, no podía ser nada menos que colosal... Una vez saciado nuestro
apetito matinal, empezamos a caer en la cuenta de que había sido una imprudencia
haber pedido dos cafés acompañados de dos flamantes croissanes doraditos y
brillantes en aquella cafetería tan mona ambientada como si fuera una terraza
de París. Sobretodo, sin la precaución de haber consultado antes los precios. Presentíamos
que aquel capricho, en un lugar rodeado de tantísimo lujo, nos iba a salir muy
caro. Pedimos la cuenta asumiendo resignados que nos iban a hincar la mayor
“clavada” de nuestro viaje mundial. Pero no fue así; resultó sorprendentemente barato.
Y es que, en realidad, tomar un desayuno en una cafetería en Dubai, no era algo
tan exclusivo (sí que lo es hacerlo en Camboya donde sólo lo hacen los turistas
occidentales). Aquella ciudad invitaba al consumo, y ni siquiera los precios
que vimos más adelante nos parecieron especialmente elevados en comparación con
cualquier otra ciudad de EEUU o de Europa.
Era una ciudad para turistas y visitantes, pero disponía de una oferta insaciable
para todo tipo de de bolsillos siempre y cuando se tratase de consumir.
Paseamos un poco por el enorme
Dubai Mall, del que enseguida advertimos que no íbamos a recorrer más que una
mínima parte y, de repente, llegamos a un gigantesco acuario lleno de peces de
colores, especies tropicales y tiburones. Un cartel anunciaba una estimulante
oferta: Submarinismo con tiburones por 20 USD… En efecto, por esa cantidad te
embutían en un traje de submarinista, te adosaban una botella de aire a la espalda
y podías bucear en la enorme pecera rodeado de variedades subacuáticas de lo
más exóticas. Naturalmente, el precio incluía que te sacaran una foto nadando
entre tiburones pues, hoy en día, las experiencias no se disfrutan hasta que no se
comparten, y por supuesto ningún valiente submarinista, tras zambullirse entre
escualos inofensivos, puede experimentar un éxtasis completo hasta que alguien
no le echa algún que otro “like”. No vamos a negar, sin un poco de vergüenza,
que Quique se sintió muy tentado y que sólo le hizo desistir el apuro de convertirse
en el foco a donde iban a converger miles de miradas de quienes luego pudieran
pronunciar en tono condescendiente la reflexión anterior… Superado ese canto de sirena, seguimos
caminado y nos entretuvimos en una librería enorme de la cadena Kinokuniya, sin
duda la mayor librería que habíamos visto nunca, con secciones de todo y en
todos los idiomas, tan grande que era fácil perderse dentro...
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El gran acuario en medio del centro comercial |
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Turistas durante su expedición por el acuario |
Todo tenía dimensiones desproporcionadas,
y poco a poco el mall se fue llenando de gente de todas las razas y culturas,
pero entre todas, nos llamaban especialmente
la atención las adineradas mujeres que, enclaustradas en sus burkas,
entraban a las tiendas de mayor lujo y salían cargando con naturalidad con
tantas bolsas como podían; Channel, Louis Vuitton, Gucci, Armani, como si se
tratase de pequeñas bagatelas… Y la verdad es que no dejaba de sorprendernos el
contraste entre la opulencia de sus compras, reflejo de un inacabable poder
adquisitivo de ellas o sus maridos (quizás propietarios) y el extremo nivel de
ocultación de sus ropajes que en muchos casos no les permitía siquiera insinuar
ninguna parte del cuerpo. Todo un oxímoron viviente producto del vivir con
recursos casi ilimitados pero, a su vez, encerradas por un vestido y no sabemos
por cuantas costumbres más que no entendemos…
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Mujeres árabes de compras |
Dubai refleja muchos de los
cambios que se han producido en nuestro mundo. De cómo se puede fabricar una
oferta sin que haya nada más que arena en su origen (bueno, arena y petróleo). Allí se vendía entretenimiento y tiempo de diversión para un mundo que ya no
sabe aburrirse. Refleja lo mucho que necesitamos consumir cosas inútiles, o
experiencias totalmente prescindibles…
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Dubai Mall por el interior |
No es que sea criticable que Dubai
invierta en una alternativa para tener otra fuente de ingresos cuando se les
agote el petróleo, sin embargo abruma el gran éxito con el que parece que lo
han logrado… Tampoco es que sea criticable que alguien lo consuma, pues
podríamos llegar a decir que cada vez que un ser humano realiza algo que no
tenga como objetivo la supervivencia propia o de nuestra especie está
derrochando recursos cuando, en realidad, no conocemos ningún fin específico a
nuestra existencia. Pero todo era tan exagerado que no podíamos dejar de
pensar en que había algo de despilfarro. Que todo aquello no pretendía buscar una
eficiencia de bienes ni de recursos. Que si bien cada cual podía ser libre de
vender o consumir casi cualquier cosa (con sus obvias limitaciones) el coste de
nuestros excesos era adelantar una serie de cambios que podían llevarnos a la
inhabitabilidad en todo el planeta. Que como humanos estábamos obviando muchos
problemas que sabemos importantes y que estamos aún muy lejos de solucionar. Seguramente,
muchos de esos problemas no se podrán resolver sin asumir que no se puede
revertir la situación sin cambiar nuestra manera de vivir. Y lamentablemente,
no parece que vayamos a hacer algo hasta que lo más importante se nos haya
convertido ya en lo más urgente. ¿Será entonces demasiado tarde?
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Otra galería del centro comercial |
Además del cargo de conciencia
que se nos iba despertando y que, reconocemos para nuestro oprovio público, no resultó impedimento para realizar alguna que otra compra, tampoco dejaba de ser
curioso observar lo que nos ocurre a las
personas cuando se nos deja sueltas por un lugar de tan desmesurada oferta. En
Sri Lanka habíamos pensado que la fotografía de animales tenía su lado
cinegético, pues bien, ir de compras o ir a buscar ciertas experiencias también
lo tiene. Salimos al acecho y nos armamos para dar caza a nuestro ansiado
trofeo, a veces, la satisfacción no es por conseguirlo; sino que, tras buscar,
tener algo localizado es suficiente placebo. Luego iremos alimentando nuestro
placentero deseo soñando con permitírnoslo algún día. Quizás ir de compras sea una reminiscencia de
nuestros tiempos en las cavernas y siendo así, Dubai es un inmejorable
territorio de caza.
Siempre decimos, que cuando un mall
se empieza a llenar de visitantes, es que ha llegado el momento de largarse
pues ninguna elección inteligente se va a hacer… Mientras caminábamos hacia la
salida, recordamos un cartel situado a la entrada del único colmado de un
pueblecito perdido y olvidado en Montana en los EE.UU que decía: “Si no lo
tenemos, es que no lo necesitas”. En el mundo se piensan, fabrican y venden
millones de cosas innecesarias y asumimos que es parte del peaje que pagamos
por el progreso. Pero, a veces nos basta sólo con que nos las adornen un
poquito para que, al verlas, las deseemos con todas nuestras fuerzas.
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Era dificil evitar buscar la gran torre cada vez que salíamos al exterior |
Poco
después de terminada nuestra visita a la ciudad, fue noticia que la policía de
Dubai se había hecho con una numerosa flota de Lamborghinis para patrullar por
la ciudad. Ignoramos las cualidades del deportivo como vehículo policial, pero
sin duda, era una muestra más de que la ciudad seguía engalanando su escaparate.
Antes de salir del mall y
encaminarnos hacia Turquía, todavía tuvimos tiempo de detenernos a comprar un
par de gadgets inútiles que,
ingenuamente, creíamos que íbamos a necesitar...
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Blanca y Quique ya preparados para la siguiente etapa... |